jueves, 14 de junio de 2007

VOLTAIRE II. Del celibato de los clérigos

Voltaire. (1694-1778)

Seudónimo de François-Marie Arouet, poeta, dramaturgo y filósofo francés, nacido en París, símbolo de la Ilustración. A los diez años ingresa en el colegio de los jesuitas de Louis-le-Grand, donde recibe una educación preferentemente literaria y en 1711 inicia los estudios de derecho, que no va a terminar nunca. Su interés está en mundo de las letras.

Acusado de haber escrito un poema difamatorio contra el Regente sufre el primero de sus destierros y ha de abandonar París. De regreso a París y tras exculparse, se le atribuyen nuevos escritos difamatorios y es enviado a La Bastilla en 1717. Durante los 11 meses que permanece allí, toma el nombre de «Voltaire», anagrama de «Arouet Le Jeune».

En 1718 se representa en la Comédie Française su tragedia en verso, Edipo, que logra un gran éxito. Asuntos de honor con un noble le llevan de nuevo a La Bastilla en 1726; de allí sale exiliado hacia Inglaterra, donde permanece tres años. El contacto con la cultura inglesa supone para Voltaire el descubrimiento de la ciencia newtoniana, de la filosofía empirista y de las instituciones políticas inglesas.

Sus éxitos literarios se sucedieron unos a otros: La Henriada (1727), poemas, Bruto, Zaira, tragedias, Historia de Carlos XII, ensayo histórico y una de sus obras más perdurables, Cartas filosóficas (1734). La aparición de esta obra supuso un escándalo público; las Cartas fueron quemadas públicamente y su autor, amenazado de arresto, tuvo que huir.

El refugio a que se acoge Voltaire es el castillo de la marquesa de Chatêlet, en Cirey, a quien se une sentimentalmente durante los dieciséis años siguientes. Durante esta época relativamente tranquila y fructífera -construyen en el castillo un laboratorio de física y química, comparten estudios de matemáticas e historia, se reúnen con científicos y personas de relieve- publica, aparte de diversas tragedias, Elementos de la filosofía de Newton (1737), Metafísica de Newton (1740), y es nombrado miembro de la Academia Francesa en 1746.

Tras la muerte de Mme. de Chatêlet, Voltaire, invitado por Federico de Prusia, parte para Berlín, donde es nombrado chambelán de la corte y goza de aposentos en los palacios reales. De esta época es la importante obra El siglo de Luis XIV (1751). Deja Prusia, tras una riña con su antiguo amigo y entonces competidor en la fama, Pierre-Louis Moreau de Maupertuis y se traslada a Francfort y luego a las inmediaciones de Ginebra (1754-1755). Aprovecha el desasosiego causado por el terremoto de Lisboa de 1755 para publicar Poema sobre el desastre de Lisboa, inicia sus colaboraciones con la Enciclopedia, y publica los siete volúmenes de Ensayos sobre la historia general y sobre las costumbres y el espíritu de las naciones (1756) e Historia del imperio de Rusia bajo Pedro el Grande (1759).

En 1758 compra una finca en Ferney, en la Lorena, y se instala allí definitivamente. En 1759 aparece Cándido, o el optimismo, poema en que prosigue la línea de crítica al optimismo leibniciano y de creencia en la providencia divina. Poco después, aprovechando el éxito logrado con sus esfuerzos por reivindicar la memoria de Calas, hugonote quemado bajo la acusación de ahorcar a uno de sus hijos convertido al catolicismo, publica Tratado sobre la tolerancia . Durante esta época discute repetidas veces con Rousseau, el cual le culpaba de la mala disposición que las autoridades religiosas de Ginebra le mostraban.

En estos años comienza su lucha constante contra la Iglesia católica, en la que personifica su odio a la religión, mientras se confiesa creyente en un Ser supremo y nunca ateo. Aparecen sucesivamente diversas obras de contenido filosófico: El diccionario filosófico de bolsillo (1764), Filosofía de la historia (1765), El filósofo ignorante y Comentario al libro sobre delitos y penas de Beccaria (ambos en 1766).

A pesar de todos sus éxitos filosóficos y literarios, a Voltaire le estaba prohibido todavía acercarse a París. Tras subir al trono Luis XVI, aprovechó la representación en la Comédie Française de su tragedia, Irene, para acudir a la capital. El éxito personal de Voltaire en París fue clamoroso. La Academia Francesa en pleno, reunida entonces en el Louvre, le rinde tributo de admiración y respeto y d´Alembert hace su elogio público.

Murió el 30 de mayo y fue sepultado en el monasterio benedictino de Scellières, cerca de Troyes. Posteriormente fue trasladado en triunfo al Panteón de Hombres Ilustres, en París.

Voltaire, Diccionario filosófico [1764]
Sempere, Valencia 1901
















































































































tomo 3

páginas 101-103

Clero
II. Del celibato de los clérigos

Hablemos de los primeros siglos de la Iglesia, en los que se permitió el matrimonio a los clérigos, y digamos en qué época se les prohibió.

Está probado que los clérigos, en vez de ser empujados al celibato por la religión judía, eran inducidos por ésta a contraer matrimonio, no sólo por seguir el ejemplo que les dieron los patriarcas, sino también porque era vergonzoso no tener posteridad. A pesar de esto, en los tiempos que precedieron a las últimas desgracias de los judíos, pululaban en dicha nación las sectas de los rigoristas, esenios, terapeutas y herodianos; y en algunas de estas, como la de los esenios y los terapeutas, los más devotos no se casaban. Guardaban continencia, queriendo imitar la castidad de las vestales, que instituyó Numa Pompilio; el ejemplo de la hija de Pitágoras, que fundó un convento de sacerdotisas de Diana; el de la pitonisa de Delfos y la castidad más antigua de Casandra y de Chyrsis, sacerdotisas de Apolo.

Los sacerdotes de la diosa Cibeles no sólo hacían voto de castidad, sino que se castraban, por miedo a violar el voto. Plutarco dice que había congregaciones de sacerdotes en Egipto que renunciaban al matrimonio.

Los primitivos cristianos, aunque observaban una vida tan pura como los esenios y los terapeutas, no consideraron el celibato como una virtud. Ya vimos en otra parte que casi todos los apóstoles y sus discípulos fueron casados. San Pablo, en su Epístola dirigida a Tito, dice: «Elegid por sacerdote al que sólo tenga una mujer e hijos fieles y que no sean acusados de lujuria». Lo mismo le dice a Timoteo: «El sacerdote vigilante debe ser marido de una sola mujer». San Pablo da tanta importancia al matrimonio, que en la misma Epístola, dirigida a Timoteo, dice: «Si la mujer prevarica, se salvará teniendo hijos». [102]

Lo que sucedió en el famoso Concilio de Nicea respecto a los sacerdotes casados, merece fijar nuestra atención. Algunos obispos, apoyándose en Sozomenes y en Sócrates, propusieron la aprobación de una ley que prohibiera a los obispos y sacerdotes tocar a sus mujeres desde allí en adelante; pero San Pafuncio mártir, obispo de Tebas en Egipto, se opuso con todas sus fuerzas a que se aprobara semejante ley, diciendo «que es castidad acostarse con su mujer;» y su opinión dominó en el Concilio. Así lo refieren Suidas, Gelasio, Cyziceno, Cassiodoro y Nicéforo Calixto.

Dicho Concilio únicamente prohibió a los eclesiásticos tener en sus casas agapetas {1} y otras mujeres. Sólo podían tener sus esposas, madres, hermanas, tías y ancianas que no fueran sospechosas.

Desde esa época, la Iglesia recomendó el celibato, pero no mandó que se observara. San Jerónimo, que se consagró a la soledad, fue entre todos los padres el que hizo el mayor elogio del celibato de los sacerdotes, y sin embargo siguió luego el partido de Carterius, obispo de España, que se capó dos veces. «Si me empeñara en nombrar –dice– a todos los obispos que contrajeron segundas nupcias, contaría muchos más que obispos asistieron al Concilio de Rímini».

Son innumerables los clérigos casados que vivieron con sus mujeres. Sidonio, obispo de Clermont en la Auvernia, en el siglo V, se casó con Papianilla, hija del emperador Avitas. Simplicius, obispo de Bourges, tuvo dos hijos de su mujer Palladia. San Gregorio Nacianceno fue hijo de otro Gregorio, obispo de Nacianceno y de Nonna. Este tuvo tres hijos: Cesarius, Gorgonia y el santo citado.

En la recopilación de los antiguos cánones está inserta una lista muy larga de obispos que fueron hijos de sacerdotes. El Papa Ozius era hijo del subdiácono Esteban, y el Papa Bonifacio I hijo del sacerdote Jocondo. El Papa Félix III era hijo del sacerdote Félix, y llegó a ser uno de los abuelos de Gregorio el Grande. El sacerdote Proyectus, fue padre de Juan II. El Papa Silvestre era hijo del Papa Hormidas. Teodoro I nació del matrimonio de Teodoro, patriarca de Jerusalén, lo que hizo reconciliar las dos iglesias.

Después de algunos concilios celebrados inútilmente para que los clérigos adoptasen el celibato, el Papa Gregorio VII excomulgó a todos los sacerdotes casados, ya porque tuviese la Iglesia disciplina más rigurosa, ya por ligar con más fuerza a [103] Roma los obispos y los sacerdotes de otros países, para que de este modo no tuvieran más familia que la de la Iglesia. Esa ley no se estableció sin provocar grandes oposiciones.

Es notable que habiendo depuesto, al menos de palabra, al Papa Eugenio IV el Concilio de Bale y elegido Papa a Amadeo de Saboya, se opusieran muchos obispos porque ese príncipe había sido casado. Pero Eneas Silvius, que después fue Papa y se llamó Pío II, sostuvo que era válida la elección de Amadeo de Saboya, afirmando «que no sólo el que haya sido casado, sino el que lo sea actualmente, puede ser elegido Papa». Obrando de ese modo, Pío II era consecuente. Leed en la colección de sus obras las cartas que dirigió a su querida, y os convenceréis de que está persuadido que es una demencia querer engañar a la naturaleza, añadiendo que debemos guiarla, pero no destruirla.

De todos modos, desde el Concilio de Trento ya no pudo haber disputas sobre el celibato de los clérigos en la Iglesia católica romana. Esta decisión hizo separar de la Iglesia de Roma a todas las comuniones protestantes.

En la Iglesia griega, que hoy se extiende desde las fronteras de la China hasta el cabo de Matapán, los sacerdotes se casan una vez. En todas partes varían los usos y cambia la disciplina según los tiempos y los lugares.


{1} Agapetas eran una especie de monjas que en el cristianismo primitivo vivían en comunidad, pero sin pronunciar votos. (N. del T)

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